Rubén de los Santos y el recuerdo de su hijo Gastón: «Yo no perdí un hijo, perdí un ángel»
Sobre el final del 2002, nada iba ser igual para este padre. Un preso, con «permisos para escaparse», terminó con la vida de un adolescente. El legado para evitar que estas tragedias sigan ocurriendo.
«Gastón no condicionaba su amistad. Le daba la mano a quien la pedía», son las palabras que elige Rubén de los Santos al recordar a su hijo, asesinado el 3 de diciembre de 2002. Fue en un asalto perpetrado al Centro Comercial del barrio Mujeres Argentinas de Resistencia, en donde el luego condenado a perpetua Miguel «Vampirito» Fernández divisa a Gastón intentando huir de la escena en su moto Zanella Sol 70cc. El joven, de sólo 16 años, había ido simplemente a comprar una gaseosa.
El caso tuvo un exhaustivo seguimiento por parte de NORTE en aquel entonces, y significó el inicio de una larga lucha de su progenitor para obtener justicia.
El desenlace fatal de aquel asalto estuvo condimentado por la negligencia policial y la presión de un padre hacia esa fuerza entonces calificada de «sedentaria».
«No quería que el crimen quede impune», comenta Rubén al recordar esos momentos, y sentencia entre sollozos: «Yo no perdí un hijo, perdí un ángel. Ese día, a mí me mataron«.
Son palabras de un padre que hace memoria y vuelve a sentir aquella oscuridad al enterarse la noticia, y hoy en su mirada puede notarse aquella cita de Oscar Wilde «donde hay dolor, hay tierra sagrada», porque busca que su recuerdo permanezca a través de las distintas actividades que ofrece en la Fundación Gastón.
Y aquella tristeza también la convirtió en bronca: «He pensado en salir a buscar al asesino de mi hijo para matarlo», que luego pasó a ser una lucha inagotable: «Me pedían que pare con la huelga de hambre, que termine con lo de encadenarme en Casa de Gobierno, pero yo quería respuestas, quería justicia».
«He pensado en salir a buscar al asesino de mi hijo para matarlo»
Rubén de los Santos
«Vampirito» fue capturado a los pocos días del asesinato, el 6 de diciembre de 2002 con una herida de bala, según rememora Rubén. «Él buscaba robarle el arma a un sereno, que alcanza a pegarle un tiro, pero Vampirito escapa. Lo encuentran porque estaba malherido, sino no sé si lo encontraban».
Capturado el victimario, el padre de Gastón ya sólo quería saber cuándo lo condenaban. Pero el 26 de febrero 2003, Vampirito logra escapar nuevamente de la Alcaidía, o «permitieron que escape», dice Rubén. No había otra opción: «Era buscar justicia por mi hijo o nada».
En esa lucha encontró aliados tan indignados como él que le permitieron acceder a información. «El asesino de mi hijo ya purgaba una condena. Cuando mató a Gastón debía estar preso, pero se había fugado. ‘Vampirito’ delinquió 19 veces desde que se fugó según consta en las distintas actuaciones judiciales que se iban generando, Gastón fue su delito número 20. Estuvo fugado 20 días sin que nadie se preocupara. Lo dejaban salir».
«Si no moría Gastón, capaz ‘Vampirito’ seguía fugado».
Cuando quiso utilizar a su abuela
Cuando Rubén se enteró que «Vampirito» había solicitado una libertad excepcional para cuidar a su abuela, «la bronca volvió». Como empleado en la farmacia de Insssep, le tocó atender a una anciana cuyo nombre le llamó la atención.
«Era ella. Le pregunté si se sentía bien y me dijo que sí, y sólo estaba comprando medicamentos para la presión o similares, no necesitaba que ‘Vampirito’ la cuide. Entonces pedí a un guardia si le podía sacar una foto y luego fui al juzgado a mostrar eso al juez. Y no le dieron la libertad. Pero quién sabe, si no me la cruzaba a la señora capaz lo dejaban salir».
Captura y condena
El 2 de mayo de 2004, «Vampirito» es capturado en Avellaneda, Buenos Aires, y el 31 de mayo de 2005 recibió la condena a perpetua por el asesinato que él mismo había confesado.
Transcurridos poco más de 21 años, Rubén sabe que superar la muerte de hijo es imposible. Quizás la única tristeza que no tiene consuelo. Pero hay una frase que dijo tras conocerse el fallo, y por la que hoy mantiene su palabra: «Voy a seguir haciendo cosas por mi comunidad«.
«Me juré que el recuerdo de Gastón, iba a saber todo el Chaco»
Que no haya más «Vampiritos» ni más «Gastones» es la misión que tiene Rubén con la Fundación que fundó el 7 de junio de 2007. Hoy funciona en Caracas 650 (barrio Juan Domingo Perón, zona de avenida Belgrano 3000) de la capital chaqueña un predio que ofrece actividades deportivas y culturales, así como capacitación en oficios, de forma totalmente gratuita.
Durante el día todos los días se ven niños y jóvenes utilizando las instalaciones, entre 1.400 y 2.000. «Aquí están protegidos de los flagelos que hay allá afuera. No queremos que entren en esos mundo de los que es tan difícil salir, y de los que llegan para recuperarse también los aceptamos. Muchas veces no tengo un mango y como sea tratamos de sostener«, dijo Rubén, y recordó que el último 25 de mayo cocinaron locro en la institución para solventar gastos.
«Lo hago por los niños sobre todo, les damos herramientas para enfrentar tanto desorden«, agregó.
-¿Creés que Gastón estaría orgulloso del trabajo que hiciste en la fundación?
Rubén: Sí, él es mi guía. Él era un chico muy accesible con su amistad. Y me juré que el recuerdo de Gastón lo iba a saber todo el Chaco.
«No quise que mis hijos padezcan la extrema necesidad que yo conocí»
Rubén de los Santos nació el 1 de julio de 1964 en Empedrado, Corrientes, pero desde muy chico se mudó a Resistencia junto a sus padres. Su padre fue changarín. Cuando se mudaron a Resistencia eran cuatro hermanos (él, el tercero), y luego en la capital chaqueña llegaron cuatro más.
Desde muy joven tuvo que trabajar: «No había otra que ayudar a la familia», recuerda, y con jóvenes 21 años nació su primer hijo, Gastón de los Santos. «Quedé viudo a los 27 años, con Gastón y Javier (su segundo hijo), lo que para mí fue un golpe tremendo».
Rubén se la rebuscó con distintos oficios. Trabajó en una distribuidora, y también hacía unos pesos con la peluquería. Luego entró como conserje al Hotel Covadonga, para más tarde ingresar al Insssep.
«No quería que mis hijos pasen por lo que yo pasé. Tuve que hacer sacrificios. No existía pasar los sábados y domingos con mis hijos, porque tenía que trabajar en el hotel, mientras ellos quedaban con su abuela. Lo hice para que ellos no pasen necesidades», repasa mirando lejos.
«No quería que pasen la extrema necesidad que yo conocí. Pasé carencias como no tener para comer. De niño vivíamos en una vivienda precaria. Mi papá era granjero, y a veces le pagaban con verduras. Comíamos sopa o tortilla, y con eso alimentaban a la familia. No conocíamos el yogur, para nosotros era un lujo. Era cocido y listo, y eso a mí me pegó. No quería que se repita en mis hijos».